Juan Bautista Encarnación
En el Día de los Difuntos, el señor Juan Bautista Encarnación fue captado en el Cementerio Cristo Salvador de Santo Domingo Este, donde, a pesar del paso de los años, sigue rindiendo homenaje a la memoria de sus dos hijos fallecidos. Esta conmovedora historia, compartida por CDN Noticias, es un recordatorio del amor eterno que puede persistir más allá de la vida misma.
Han transcurrido más de tres décadas desde la partida de sus hijos, pero para Juan Bautista, cada visita al cementerio es un acto de amor, respeto y conexión espiritual. Con dedicación, limpia y acondiciona la tumba de sus seres queridos, sintiendo que, de algún modo, aún los cuida. "Es como si estuviera cuidándolos, aunque ya no estén", expresa con nostalgia, mientras ordena cada detalle en el lugar de descanso.
Con voz entrecortada, Juan Bautista confiesa que "uno nunca supera la ausencia de un hijo". El dolor de perder a alguien tan cercano es una carga que el tiempo puede suavizar, pero jamás borrar. En cada visita, revive los recuerdos, el amor y los momentos compartidos, encontrando consuelo en el ritual de estar cerca de ellos, aunque solo sea en espíritu.
Hoy en día, su única hija se ha convertido en el centro de su vida. "Después de Dios, ella es la luz de mis ojos", afirma con una sonrisa melancólica, reconociendo la importancia de su rol en su vida actual y brindando una nueva razón para seguir adelante.
Para muchas familias dominicanas, el Día de los Difuntos es una ocasión especial para recordar y rendir homenaje a los seres queridos que han partido. Este día no solo refuerza los lazos familiares, sino que también representa una oportunidad para reafirmar valores como el respeto, el amor y la conexión con aquellos que ya no están físicamente presentes.
La historia de Juan Bautista Encarnación es un ejemplo de resiliencia y amor inquebrantable. A través de sus visitas, continúa procesando el dolor de la pérdida, pero también mantiene vivos los recuerdos de sus hijos, demostrando que el amor de un padre es un lazo que ni siquiera la muerte puede romper.